Hubo un tiempo en que salir a la calle fue un acto de fe.
Un ojo bastaba para ver la dignidad que se exigía; el otro se perdió entre el humo, el ruido y la represión.

Durante el estallido social en Chile, cientos de personas fueron marcadas por la violencia estatal, perdiendo la visión de un ojo. En estos retratos en blanco y negro, ese gesto —una mano cubriendo la mirada— se convierte en símbolo de la herida y de la resistencia.

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La ausencia de luz no es solo física: también es la oscuridad que deja la injusticia, el vacío que habita cuando un país se mira a sí mismo y no se reconoce.
Aun así, en medio de esa sombra, persiste algo que resiste: la memoria.
Porque incluso desde la herida, seguimos mirando.